Uno se asombra, esencialmente como lector, del devenir del periodismo en España. Los hay que se posicionan sin rubor a favor de las políticas del Partido Comunista chino y otros, que hacen los mismo, pero no queriendo ser señalados: ocultos detrás del papel higiénico de la vergüenza escasamente torera. De entre toda esa cloaca poco que sacar en claro. Y ayer, otro tiro en la sien del lector ibérico, que debe pensar que China es una ONG y que todas esas atrocidades que sí cuentan los medios extranjeros son en realidad seriales sobre literatura creativa.
Mientras China sepulta a uigures y encarcela a tibetanos, cuando a la vez hace desaparecer a disidentes y silencia el reciente 25 aniversario de la Masacre de Tiananmén, ‘El País’, en la única noticia que publicó ayer sobre China –¡y desde China!– se permitió la licencia de realizar un levísimo reportaje a Chen Guangbiao, un supuesto filántropo que organizará cenas de caridad en Nueva York en donde sentará a mil pobres en su mesa y les dará a cada uno 300 dólares en efectivo además de un cenorrio. Una lástima que, porque imagino que no se atreverá, no se decida a exigir en medio de la bacanal de hamburguesas y fideos con glutamato que levanten la mano quienes no hayan hecho el acto en el último año, ya que la caridad no sólo sacia el hambre y el bolsillo, sino el sexo. Y en eso los chinos saben muy bien adónde hay que acercarse para vaciar la bolsa. Dinero bien invertido, dicen, mientras cantan con chiquillas adornadas con dorsales.
Leyendo la noticia, de coña, uno se queda perplejo del análisis que se realiza del crecimiento económico del personaje en cuestión: de la hambruna a poseer más de 600 millones de euros. La indecencia llega cuando la redactora cuenta que Chen, de niño, “vio morir de hambre a dos de sus hermanos” y que “sólo comían carne una vez al año: el la fiesta de Año Nuevo”, para luego asociar esa situación con la venta de equipamiento médico y de ahí al estrellato. ¿Es que alguien se puede creer que un tipo que casi se muere de hambre puede llegar a ser de las personas más ricas de China sin haber medrado la ilegalidad de por medio? Y lo mejor: ¿es que aún hay ilusos que asumen que cuando este tipo se marcha a Nueva York a sentar a mil mendigos a su mesa lo hace por caridad o por querer meter la nariz en una democracia donde podría incluso llegar a hacerse más poderoso? Hace medio año intentó comprar el diario más influyente del mundo: el New York Times. Curioso. Más que nada porque China evolucionó de las hambrunas a los banquetes aunque todavía sigue anclada es esa basuresca prensa dirigida por el órgano censor del Partido que hilarantemente ha conseguido reducir las libertades de la misma prensa extranjera. Y casi sin esfuerzo.
Chen Guangbiao también se quedó con la gente –con su gente– vendiéndole latas que supuestamente envasaban aire puro en una China ultra contaminada. Como todos los de ese país, no tuvo huevos de gastarse la inversión en echar abajo al gobierno que permitía, permite y seguirá permitiendo que China sea hoy la alcantarilla del mundo; el record mundial de fallecidos por cáncer no reconocidos.
Imagino que el New York Times en los años noventa nunca realizó un reportaje de Jesús Gil tildándolo de “filántropo”. Y eso que regaló viviendas a algunas familias marbellíes. Pero una cosa es España y otra los Estados Unidos. Y ayer, leyendo la noticia que publicaba ‘El País’, me sentí como los escasos lectores de Chinitis a los que se les hincha la vena –en realidad también son escasos a los que no se les hincha y aplauden– cuando ven textos míos en donde, a veces sin cesar, cargo las tintas contra esa insidia que ‘El País’ y tantos otros medios protegen: la mafia china que quiere dominar al mundo. El final del mismo. El Partido que nos partirá a todos. La cloaca milenaria que como el peor tumor maligno ha empeorado de forma excesiva en el último medio siglo. Y aún ni siquiera ha pedido cita para la quimio.
